domingo, 21 de noviembre de 2021

Las cicatrices son bellas.

 El arte de reparar lo roto y para darle un nuevo valor es lo que propone el Kintsugi. Hace cinco siglos, surgió en el lejano Oriente esta apreciada técnica artesanal con el fin de reparar un cuenco de cerámica roto. Mediante la unión de los fragmentos con un barniz espolvoreado de oro, la cerámica recupera su forma original, eso sí con una cicatrices doradas. Nuestro planeta también tiene su muestra de envejecimiento y deterioro, los niños y niñas quisieron reparar arboles rotos, troncos partidos, fisuras en la tierra con ese barniz dorado. Incluso taparon a una maestra que le dolía la espalda o a un niño lo entrelazaron a un árbol en una unión más allá de la metáfora prevista.  En el kintsugi, el proceso de secado es un factor determinante. La resina tarda semanas, a veces meses, en endurecerse. Es lo que garantiza su cohesión y durabilidad. Esperemos que así se con nuestra Tierra.  A través del arte podemos crear conciencia social y generar pequeñas inyecciones de cambio positivo en su vida. También nos pintamos las manos, en un intento de reparar o mostrar nuestras grietas.

Nos inspiramos en el artista Shohei Katayama   Temporalmente unió una grieta en un glaciar en Svalbard con material dorado. Llenar esa grieta en un glaciar con oro atrae la atención sobre la crisis climática que enfrentamos y la necesidad de practicar la reparación ambiental a escala global.

Los niños y las niñas de el colegio El Ardal participamos con él en ese movimiento en una acción comunitaria. 












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